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El profesor de la nueva Misión 2015
Un profesorado para el siglo XXI Por José Emilio Palomero * Como diría Benedetti, «cuando creíamos tener todas las respuestas, de pronto, nos cambiaron todas las preguntas»: ¿Se enfrenta realmente la Universidad a un proceso de reformas profundas? ¿Significa lo mismo eficacia y resultados que calidad total? ¿No estaremos ante un enfoque elitista y competitivo, el dominante, capaz de subordinar la Universidad a las exigencias del mercado? ¿Será posible otra Universidad? Frente a todas estas dudas, la esperanza de una Universidad que ponga la utopía como norte y que mire realmente a las estrellas. Una Universidad nueva para una sociedad también nueva. Que exige, por ende, un nuevo modelo de profesor. Frente a una Universidad transmisora y elitista, una Universidad que no sólo investigue, sino que también eduque en la vida y para la vida, que enseñe lo académico y lo vital. Menos jerárquica e individualista, más dialógica y comunitaria, menos economicista, más crítica y transformadora, más solidaria y social. Que investigue la realidad y se comprometa con ella a la luz de los derechos humanos. Que ponga investigación y docencia al servicio de la sociedad. Que contribuya a la construcción del conocimiento desde la atalaya de la solidaridad. Todo un sueño que exige cambios en el diseño de las titulaciones, en el funcionamiento de centros y departamentos y en el profesorado. La calidad de la Universidad depende principalmente de la formación y entrega de su profesorado. Por ello, la nueva Universidad exige un profesorado comprometido con su triple misión educadora, docente e investigadora. Un profesorado capaz de enganchar a los estudiantes al placer del conocimiento, y de hacerles vivir la Universidad como un espacio no sólo para investigar, sino también para enseñar y aprender. Para aprender a conocer y a hacer. También a convivir y a ser. Que domine su materia, dotado para la investigación y con una buena formación pedagógica. Dispuesto a despertar la curiosidad intelectual de los estudiantes, frecuentemente aburridos y sin interés por lo que se hace en las aulas. Mediador de aprendizajes significativos. Capaz de convertir el aula en espacio reflexivo, crítico y comunicativo; en fuente de construcción de saberes; en laboratorio para el ensayo de nuevos modos de enseñar y aprender. Dispuesto a intercambiar experiencias, investigación y reflexiones sobre su propia práctica docente. Que no encripte el lenguaje. Que no hable para iniciados. Experto en comunicación. Y en gestión de recursos y grupos. Conocedor de las nuevas tecnologías de la información. Abierto a la aldea global. Menos ocupado en hacer carrera y subir puestos en el escalafón, y más preocupado por sus tareas docentes y educadoras. Capaz de trabajar en equipo. Motivado y responsable. Entusiasmado con el día a día de su actividad. Satisfecho y bien incentivado a nivel profesional. Emocionalmente inteligente. Con sensibilidad social. Dispuesto a compartir mesa con los estudiantes, para construir juntos y de forma activa conocimientos y aprendizajes. Capaz de demostrar en el aula, el laboratorio o el despacho, su capacidad para conectar, motivar y comunicar. Ocupado en formar y no sólo en informar. Dispuesto a fomentar la reflexión y la creatividad. Y entregado a la formación de profesionales competentes, a la vez que ciudadanos libres, democráticos, comprometidos, solidarios, tolerantes, críticos, ilustrados, respetuosos, responsables, maduros y felices. * José Emilio Palomero es profesor de Psicología de la Universidad de Zaragoza (España) y editor de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado ( www.aufop.org ). Este documento fue publicado originalmente en: http://www.elmundo.es/universidad/2004/06/01/campus/1086090257.html
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