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Barragán alcanzó sus puntos cumbre en la casa-estudio, que diseñó para él mismo, en Tacubaya y con el Convento para las Capuchinas Sacramentarias. En ambos proyectos, la arquitectura trasciende la propia fuerza física de su construcción para sumergirnos en un espacio emocional, metafísico, cuya máxima cualidad son la tranquilidad y el silencio espiritual.
La austeridad de sus materiales y construcciones no quiere decir de ninguna manera una austeridad de emociones; con las obras de Luis Barragán asistimos a una noble exaltación de los sentidos conducidos a través de mágicas sorpresas en cada espacio.
La consagración internacional de la figura de Barragán llegó en 1980 cuando la crítica internacional le otorgó el premio Pritzker de Arquitectura. A pesar de que el Pritzker es equivalente al Nobel, la noticia del primer mexicano en recibir dicha distinción fue recibida silenciosamente por los medios de comunicación nacionales. Barragán recibió el premio “en nombre de todo aquel que ha sido tocado por la belleza” como el mismo expresara en su discurso de aceptación. Belleza que siempre estará sujeta a la percepción de cada individuo, pero que nunca dejará de aparecer y asaltar los sentidos de manera sorpresiva al recorrer cualquier obra de Barragán.
De Barragán es también una arquitectura de contradicciones llenas de riqueza. Esta es quizás una de sus principales cualidades. “En una vasta extensión de lava al sur de la Ciudad de México me propuse, arrobado por la belleza de ese antiguo paisaje volcánico, realizar algunos jardines que humanizaran, sin destruir, tan maravilloso espectáculo”. De esta manera describe Barragán los jardines que en ese entonces proyectara para el Pedregal San Ángel.
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La humanización del paisaje volcánico en El Pedregal, es para Barragán casi una obligación. El hecho de dotar de vida aquello que alguna vez hizo desaparecer y cubrió la vida existente es fantástico como una contradicción. Quizá esta arquitectura de contradicciones es mejor aplicada con las palabras de Octavio Paz, cuando afirma que “El arte de Barragán es moderno, pero no modernista; es universal, pero no es reflejo de Nueva York o Milán”.
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Su Arquitectura es también una obra autobiográfica, en todas las experiencias, hallazgos y memorias de su vida, se ven impresos en los muros de sus construcciones. “Memorias que siempre alientan el intento de trasponer al mundo contemporáneo de formas y volúmenes”.
Los colores delatan su afinidad por la pintura de su amigo Jesús “Chucho” Reyes. El azul Coyoacán y el rosa mexicano toman por asalto, habitaciones y corredores, mientras que la soledad y serenidad de sus patios y jardines conviven en armonía.
Paredes gruesas, aberturas pequeñas, colores brillantes y el uso de material natural caracterizan sus composiciones maduras. Estos últimos trabajos también dependen de la encantadora interacción con la luz solar y el agua para gran parte del éxito de los mismos. En Monterrey, puede admirarse el llamado Faro del Comercio, un espectacular monolito de color vivo levantado en plena MacroPlaza.
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