Artículo
Saber ver, saber escuchar, saber actuar
Lic. Manuel de Jesús Gómez Candiani
Catedrático de Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey
Campus Preparatoria Cumbres
Antecedentes
He sido profesor de ética por casi diez años y he utilizado el método de casos durante cinco años. Como maestro puedo decir que he utilizado diferentes técnicas didácticas en mis clases con el fin de que mis alumnos conozcan los conceptos básicos de la ética y los puedan aplicar en su vida diaria. He diseñado actividades, tareas o algunos casos en los que se promueve la participación activa y la responsabilidad en el aprendizaje; he tratado de incorporar diferentes estrategias para que el aprendizaje de los muchachos que pasan por el aula, sea más atractivo y enriquecedor. Me he preocupado mucho de que los procesos de evaluación sean cada vez más claros y transparentes; y, entre muchas otras cosas, me he dado cuenta que estar frente al grupo va mucho más allá que enseñar el aprecio por una clase o su aplicación fuera de ella. Ahora, que hablamos de maestros que en lugar de educar, forman; que más que transmitir conocimientos, los facilitan; o que antes que ofrecer una cátedra, promueven el trabajo activo y la participación continua; puedo afirmar categóricamente que como profesor he tenido que aprender a ver, a escuchar y a hacer.
Saber ver
Aunque considero imposible pensar que haya una técnica mejor que otras o que haya alguna que sea definitivamente la más apropiada para formar alumnos, quisiera decir que el método de casos me ha ofrecido una gran oportunidad para enseñar, pero sobre todo para aprender. De ahí se desprenden estas pequeñas líneas que no buscan más que compartir una experiencia personal. Pues aunque durante algún tiempo mi atención se centró en los aspectos operativos (si así se les puede llamar) del uso de la técnica didáctica, no me percaté sino hasta poco tiempo, que además de aprender cómo motivar la participación, hacer las preguntas correctas en el momento adecuado, evaluar "objetivamente" o hacer un plan de enseñanza, tenía que saber ver. Tenía que mirar a mi alrededor y darme cuenta cuál era la dinámica de mi grupo, qué reacciones tenían ante mi intervención o la de sus compañeros, cómo y dónde se sentaban, o simplemente, qué muecas mostraba su rostro a lo largo de la clase.
Hace tiempo supe que con el método de casos tenía que aprender a ver más allá de los contenidos de mi clase, que cuando utilizamos estrategias que promueven el aprendizaje a partir de la experiencia, podemos tocar la sensibilidad de cada unos de los que está frente a nosotros. Entendí que aunque no seamos concientes, poco a poco cada uno de los que estamos en ese espacio de trabajo nos mostramos y nos dejamos ver. Por esta razón, considero que tenemos que educarnos como maestros para aprender a ver. No para saber quién participa o quién ha leído mejor el material, sino para poder mirar mejor a las personas con quienes trabajamos, para reconocer en ellas a la persona sensible que nos muestra una parte de sí misma. Tenemos que aprender a ver para permitirnos estar más cerca de los estudiantes aunque la distancia física nos lo impida. Miremos a nuestros alumnos, pero además de observar su rostro, veamos su personalidad llena de gustos, intereses o actitudes ante la clase o, inclusive ante la vida. No solamente nos permitirán aprender algo sobre ellos, seguramente nos dejarán reconocernos y aprender algo sobre nosotros mismos. No tenemos que ser psicólogos, sociólogos o algo que se parezca, basta con estar conciente de que el aula es un espacio donde suceden más cosas que la simple y llana transmisión de conocimientos. Pero, no basta saber ver. Por mucho que dibujemos lo que nos acontece, o le pongamos color a la obra que se va construyendo cuando impartimos un curso, no es suficiente con reconocer qué es lo que está pasando con nuestra mirada. También, me he dado cuenta que si quiero ser formador en el sentido más amplio de la palabra, debo aprender a escuchar.
Saber escuchar
En las clases, nuestros alumnos se la pasan hablando, o al menos así debería ser cuando utilizamos técnicas didácticas como el método de casos. Nosotros nos dedicamos a hacer preguntas y a anotar el resultado de los comentarios donde todos los puedan observar. Por ahí se escucha la voz de alguien que dice: "eso es a, b o c." Y, si el concepto es importante para el propósito de la clase, no dudaremos en anotarlo o inclusive resaltarlo. Pero, al menos en mi experiencia pocas veces prestamos atención cuando alguien continúa diciendo: "yo lo sé porque en mi familia.", "porque lo he vivido.", etc. y, aunque nos apoyemos en esa otra parte del argumento, generalmente oímos sólo aquello que sirve para nuestra clase. Formar personas, implica también escuchar. Pero, no en la manera en la que estamos acostumbrados a hacerlo, es decir, a seleccionar únicamente aquella información que nos es útil para el propósito del curso. Escuchar significa, ver a los estudiantes, oír lo que nos están diciendo y saber si aquello que se muestra tiene de fondo algo sobre lo que debemos trabajar con el fin de ayudarlos a formarse.
Tener la habilidad para ir más allá de lo meramente conceptual y ocuparnos de la persona, además los conocimientos que le podamos proveer, me parece que el día de hoy es una exigencia para formar personas. En más de una ocasión, me he enfrentado ante alguien que comenta algo sobre su familia, (por ejemplo un proceso de divorcio), sobre su persona (la asistencia a una terapia de apoyo psicológica) o inclusive sobre prácticas laborales que pudieran poner en entre dicho la calidad moral de personas cercanas al alumno. En muchas de las ocasiones, quien participa de esta manera lo hace concientemente, pero en muchas otras no. Como facilitadores del aprendizaje, debemos propiciar un clima de confianza, de respeto y de corresponsabilidad. Somos responsables de lo que se dice y lo que se escucha en el aula. Debemos asumir esa responsabilidad y aprender a discriminar la información de la clase y de la persona. Pero no por ello dejemos de escuchar a nuestros muchachos.
Abramos los ojos y observemos detenidamente lo que pasa, afinemos nuestros oídos para entender mejor a los estudiantes y pensemos qué podemos hacer o cómo podemos actuar con lo que sabemos. Escuchemos no solamente con nuestros oídos sino con nuestros ojos y el corazón.
Saber actuar
Definitivamente, los profesores conocemos nuestro trabajo y lo que ello implica. Sobre esto no dudamos, ni lo cuestionamos. Sabemos qué hacer y qué no hacer con los contenidos o las estrategias para enseñar lo que nos ocupa. Sin embargo, hoy más que antes, es necesario hacer más. Ya no basta con enseñar y compartir los conocimientos. Desde el momento en que no hemos permitido abrir espacios en los que nos mostramos desde diferentes ángulos. A partir de que le hemos apostado a que los alumnos traigan al salón de clase su experiencia, sus vivencias personales y sus intereses o preocupaciones, ya no podemos focalizar exclusivamente nuestra atención en lo académico. Ser formadores, significa ser capaces moldear o ayudar a que cada quién se construya de manera distinta y única. Esto incluye lo afectivo, lo moral, lo social y, por qué no, lo físico.
Me parece que si asumimos ese rol, que hoy nos toca jugar, además de proveer a nuestros alumnos de conocimientos y habilidades, podremos cambiarles la vida. Y esto no significa que tengamos que adentrarnos en aquello que es personal y que por respeto no hemos de tratar. Significa que debemos ser capaces para saber cómo actuar y de qué manera hago mejor mi función de formador. No siempre se presentan estas oportunidades, ni tampoco en cada ocasión que haya la oportunidad deberé intervenir o acercarme más de lo necesario. Habrá ocasiones en los que baste con escuchar, algunas en las que será necesario acercarnos al alumno para preguntar si requiere una mano, y algunas más en las que necesitemos pensar en algo que apoye el desarrollo de la persona con que trabajamos.
En alguna ocasión, mientras se discutía un caso sobre la utilidad de ciertos medicamentos para la cura de la diabetes, uno de los estudiantes habló sobre su experiencia de tener a su padre con una enfermedad terminal. Describió lo que habían estado haciendo desde el punto de vista médico y, aunque era pertinente su participación para la discusión del caso, en ese momento muchas cosas relacionadas con su actitud y desempeño fueron más claras. Me pareció que debía hacer algo, se había mostrado, y probablemente era una oportunidad para cuidar su rendimiento académico y para ayudarlo en ese proceso. Es importante mencionar que no es responsabilidad del maestro lo que le pasa los muchachos, pero sí de lo que hacemos que pase y de la manera en que reaccionemos ante ello.
Sé que mi reflexión puede ser juzgada y cuestionada por tratar los puntos de manera muy general o porque aún hoy seguimos teniendo profesores que priorizan el conocimiento sobre la persona. Sin embargo, mi intención es abrir un espacio para la discusión y la reflexión en relación al deber ser de la vida docente. Aprovechemos la oportunidad de ver a la persona que hay en cada uno de nuestros alumnos; escuchemos lo que dicen y dejan de decir; y permitámonos hacer algo por cada uno de los muchachos que pasa por nuestras aulas. Para quienes hemos utilizado el método de casos, estoy seguro que sabemos lo que implica esto y los retos que esto nos ofrece. Poco a poco, reconoceremos que debemos seguir aprendiendo cómo ser mejores maestros o mejor dicho, excelentes formadores.