| Cuando Charles Baudelaire escribió en  “Correspondencias”  que perfumes, colores y sonidos mantienen un diálogo, consignó de  manera explícita un fenómeno extraordinario de la sensopercepción. Al mismo  tiempo, elaboró un sistema poético que ofrece una interpretación del universo  como algo orgánico. Opuso al caos, el cosmos.
 La etimología de la palabra “sinestesia”  indica que se compone del sufijo syn (igualdad,  conjunto, con) y de aísthesis,  sensación. Se opone a anestesia (ausencia de sensación); literalmente significa  ‘sensaciones unidas’, ‘reunión de sensaciones’. Es la capacidad de experimentar  simultáneamente una sensación con un sentido distinto al que normalmente  estimularía. Ver olores, oler colores, escuchar imágenes, ver sonidos, por ejemplo.
 
 Según Alicia Callejas y Juan  Lupiáñez, investigadores de la Universidad Granada, la sinestesia más común es  aquella en la que letras, palabras y números evocan colores,  sinestesia que llaman ‘color-grafema’ (Callejas 2). Sin embargo los estudios de  John Harrison y Sean Day (158) indican la sinestesia entre los sentidos del  oído y de la vista como la más común entre los individuos sinestésicos. Los colores iluminan la mente del sujeto cuando escucha  palabras, sonidos o notas musicales. Este tipo fue estudiado por Jakobson y se  le conoce como ‘audición coloreada’  (182).   Otra clase de sinestesia es  aquella que experimenta el sujeto al enfrentarse a unidades de tiempo.  Finalmente, hay sinestesias menos frecuentes como en los casos de personas que  ven colores para distintos sabores,  o sabores para experiencias táctiles, por mencionar algunas de las diferentes  posibilidades (Callejas 2).
 
 En una entrevista dada al  informativo científico Redes de la  televisión española (Punset),  el  neurólogo norteamericano Richard E. Cytowic, especialista en la sinestesia,  explicaba la base genética que determina la herencia de esta capacidad:
 Bueno, tiene lo que se denomina dominancia ligada al cromosoma X,esto quiere decir que se transmite por el cromosoma X. La mujer tiene
 dos X y el hombre un X y un Y; por lo tanto, puede ir de la madre a la hija
 o al hijo, o puede ir del padre a la hija. Nunca puede ir del padre a un
 hijo. Por lo tanto, si tienes a un varón sintestésico —lo que es extraño—,
 éste debe tener una madre sinestésica. Este tipo de herencia también
 produce muchas más mujeres sinestésicas que hombres, al menos 3 a 1,
 pero la proporción podría llegar a ser de 6 a 1. Por lo tanto hay más
 mujeres sinestésicas que hombres
  Cytowic narra el memorable caso de la familia de Vladimir  Nabokov. Cuando aún era niño, Nabokov se quejó con su madre de que su juego ―cubos de colores con las letras del alfabeto― estaba mal.  Tenía la A en rojo,  y él decía: "no, la A  no es roja, es azul". Con esto, la mamá de Nabokov se dio cuenta de  que su hijo había heredado la misma capacidad  sensorial, con la diferencia de que ella veía colores  al escuchar música. Esta herencia se prolongaría hasta el hijo de Nabokov,  Dimitri.
 Por otro lado parece ser que, pese a los casos más famosos  de hombres sinestésicos, haya una recurrencia mayor entre el sector femenino.  Al analizar el caso de Baudelaire, Harrison (108-110) menciona la posibilidad  de que la experiencia sinestésica del poeta francés proviniera del uso de  sustancias psicoactivas. Se sabe que durante algún tiempo Baudelaire consumió  hachís. Al respecto, Harrison menciona que los enteógenos producen confusiones  sensoriales.
 
 Los estudios sobre la localización de la  sinestesia en el cerebro plantean dos posiciones. Cytowic ha llegado a la  conclusión de que la sinestesia es causada por una activación anormal en las  zonas límbicas del cerebro. Esta región se encuentra debajo de la corteza  cerebral, ha evolucionado de manera notable en los humanos y está relacionada  con las emociones y las conductas de tipo motivacional y emocional (Callejas):  “El hipocampo, parte de dicho sistema, es una zona donde converge la  información de carácter sensorial procedente de los distintos sentidos y se  realiza una evaluación multisensorial de ella. Según Cytowic, este proceso  ocurre en todas las personas aunque sólo los sinestésicos lo viven de forma  consciente y pueden informar de ello” (Callejas). Cytowic también menciona un  hecho extraordinario. Según las últimas investigaciones de Daphne Maurer ―que han  intentado responder por qué algunos adultos son sinestésicos― todos los bebés  hasta la edad de tres o cuatro meses confunden la visión con el oído, el tacto  o el gusto. Cytowic explica que ya en el útero se ha desarrollado un  crecimiento muy grande del cerebro del bebé:
 Las neuronas luchan para realizar “conexiones sinápticas entre ellas ylas que no lo consiguen mueren —esto es un proceso normal, la muerte
 de las neuronas— y este proceso se produce entre la edad de uno y dos
 años, cuando hay una “poda”; y ahora creemos que en las personas que
 son sinestésicas hay conexiones funcionales que se han mantenido, que
 por algún motivo o tienen una mayor abundancia de estas conexiones
 funcionales entre diversos sentidos, o ha habido un fallo en el proceso de
 “poda” y por lo tanto quedan conexiones que siguen funcionando
 durante el resto de sus vidas. Esto explicaría otra de las características de
 la sinestesia: una vez que la tienes es para toda la vida. Una vez que
 tienes este tipo de asociaciones de que el cinco es verde, o un cierto
 sonido son triángulos azules, siempre está ahí, nunca cambia.” (Punset)
 La otra postura es defendida por el  doctor Ramachandran (Callejas), quien propone una activación cruzada de zonas  adyacentes del cerebro que procesan la información relacionada con las formas  de números y letras y con las que relacionan la información relativa al color:  Ambas funciones se sustentan en zonas del giro fusiforme, situado en lazona posterior-ventral de la corteza cerebral. Esta activación puede
 deberse a que los sinestésicos tienen un excedente de conexiones y, por
 ello, las zonas adyacentes se comunican más que en las personas
 normales, o a que conexiones existentes en todas las personas están
 activas en ellos mientras que en el resto no o lo hacen de forma mucho
 menos notable. Esta segunda opción explicaría el hecho de que la
 sinestesia pueda ser inducida por drogas de tipo alucinógeno como el
 LSD (Callejas).
 Resumiendo un poco: la sinestesia es  producida porque en algunos casos se mantienen conexiones neonatales de las  neuronas. Esta predisposición es originada según la información genética del  individuo, cuya transmisión es dominantemente de madre a hijo (a).  Lo anterior explica por qué es entre las mujeres  donde hay mayor cantidad de personas sinestésicas. No hay unanimidad respecto a  la localización cerebral de la sinestesia. II Hace  un par de meses escuché, a través de internet, una plática que dio de manera  conjunta Eduardo Lizalde con Ida Vitale en Casa de América. La charla en algún  momento se encaminó hacia la manera en que los poetas habían confeccionado sus  libros más importantes. Cuando tocó el turno a  El tigre en la casa, Lizalde  refirió que se había propuesto crear un libro oscuro desde cualquier punto de  vista, un libro negativo que diera cuenta del infortunio amoroso y, en general,  del infortunio humano. Para mí, la respuesta de Lizalde fue una confirmación.  Días antes había emprendido un análisis detallado de los procedimientos que el autor-modelo  de este libro seguía para generar esta oscuridad no sólo en lo que solemos  llamar el significado del texto, sino en el nivel prosódico, sensible del poema  que nos da cuenta del la calidad de la obra del autor.  
 Si el principal objetivo del ensayo consiste en describir  cómo se genera esta oscuridad en el plano de la forma de la expresión en “Que  tanto y tanto amor se pudra, oh dioses” es necesario estudiar la sustancia del  plano de la expresión que, dicho de una manera más sencilla,  es el nivel donde  se encuentran   los fonemas, los sonidos que, al combinarse, forman palabras. Sin  embargo, la combinatoria verbal de este poema adelanta el significado del cual  nos habla. Simbolismo sonoro es el nombre con que se le conoce a este  procedimiento verbal.
 
 Roman Jakobson y Linda R. Waugh analizaron el problema del  simbolismo sonoro de las palabras, el cual es definido como “una asociación  natural e interna por semejanza entre sonido y significado signans y signatum” (173).  Al  tratar el añejo debate entre la  relación natural ―phýsei― o  convencional  ―thései― entre los componentes del signo lingüístico,  pasan revista a una serie de posiciones que recuperan el valor evocativo del  sonido para presentificar, para simbolizar   a la imagen conceptual o significado al cual aluden. Se critica el  reduccionismo de la lingüística saussureana sobre la arbitrariedad y  convencionalidad de la relación entre significante y significado, a favor de  una relación motivada o natural que se apoya en el valor simbólico de las vocales  y consonantes. El valor simbólico de los fonemas descansa en que, gracias a sus  cualidades acústicas y articulatorias, plantean analogías o similitudes con las  estructuras elementales para la diferenciación perceptual, tales como las  oposiciones entre claro~oscuro, ligero~pesado, pequeño~grande.
 
 Sin embargo,  para  establecer el valor simbólico de los fonemas deben describirse, antes, los  rasgos distintivos que los conforman. Antes de iniciar, ceñimos nuestro estudio  a la descripción del sistema vocálico del español a partir de las bases de la  fonética acústica y articulatoria. El simbolismo sonoro de las consonantes será  analizado en un trabajo ulterior.
 
 El binarismo,gracias a los estudios de Jakobson, ha  sido la llave para establecer los constituyentes mínimos o rasgos distintivos  de una lengua (Quilis 105). Un rasgo distintivo "es una señal fonética  compleja capaz de cambiar un fonema en otro por sustitución y, como  consecuencia, de originar transformaciones significativas” (178-179). Y la manera  de establecer tales rasgos distintivos se consigue a base de oposiciones  (Quilis 114).
 En general, los rasgos distintivos se dividen en rasgos  prosódicos y rasgos intrínsecos o inherentes. Como de la presencia o ausencia  de un rasgo intrínseco depende la naturaleza de un fonema, al contrario de lo  que ocurre con los rasgos prosódicos (116), consideramos que al estudiarlos,  adelantaremos un paso en la descripción del simbolismo sonoro de las vocales.
 
 Los rasgos intrínsecos  “son manifestaciones propias de los fonemas, como segmentos constitutivos y  autónomos de la cadena hablada” (116). Las dos categorías de los rasgos  intrínsecos son: rasgos de sonoridad y rasgos de tonalidad. Los rasgos de  sonoridad están vinculados con los rasgos prosódicos de intensidad y cantidad.  “Utilizan principalmente la cantidad y/o la concentración de la energía  acústica en cada momento de la producción de un fonema” (116). Para no enumerar  aquí todos los rasgos de sonoridad, sólo tomamos aquellos que son determinantes  en la caracterización de las vocales (véase apéndice 2): vocálico, no consonántico, compacto y difuso. Los dos primeros son tautológicos, mientras que el tercero  y cuarto ya perfilan elementos que nos ayuden a describir el simbolismo sonoro  de las vocales. Así, la única vocal compacta sería la /a/, mientras que las no  compactas serían las vocales restantes: /i/, /u/, /e/, /o/. A su vez, este  grupo se divide en dos binomios: el perteneciente a las difusas /i/, /u/ y el  perteneciente a las no difusas /e/, /o/. 
 En lo que respecta a la segunda categoría de los rasgos  intrínsecos, esto es, los rasgos de tonalidad, nos encontramos ante una mayor  riqueza de elementos útiles para nuestra investigación porque: “Los rasgos de  tonalidad están relacionados con los rasgos prosódicos que utilizan la altura o  tono de la voz. Estos rasgos se hacen patentes, principalmente, por medio de la  distribución de la energía en el espectro de frecuencias de un fonema”  (125).   No olvidemos que la entonación  es la curva melódica que describe la voz al pronunciar las palabras, las frases  y el discurso, la cual es fundamental para una correcta lectura del poema.  Naturalmente, el campo de entonación del lenguaje hablado es mucho menor al  lenguaje musical. No obstante, como a continuación veremos, las vocales poseen  movimientos ascendentes y descendentes perfectamente perceptibles en este  sentido.
 
 Los rasgos de tonalidad se dividen en tres binomios: grave-agudo, bemolizado-no bemolizado y sostenido-no  sostenido. Las vocales sólo se conforman por las dos primeras parejas de  términos. La /o/ y la /u/ son los dos fonemas graves, mientras que los no  graves son /i/, /e/, /a/. A su vez, hay una tercera división, con lo que se  obtiene que los fonemas agudos son /i/ /e/, al tiempo que el no agudo o medio  es el fonema /a/.
 Por su parte, los fonemas bemolizados son de nueva cuenta la  pareja /o/, /u/. En cambio, los fonemas no bemolizados o normales son el  conjunto /i/, /e/, /a/.
 
 Para finalizar esta breve descripción, aún falta el análisis  de las cualidades articulatorias del sistema vocálico del español. Según el  lugar de articulación, es decir, de la posición del cuerpo de la lengua, las  vocales se clasifican en anteriores /e/, /i/ central o media /a/ y posteriores  /o/, /u/. En el eje vertical (véase figura 1) son altas /i/ y /u/, medias /e/ y  /o/, y baja /a/.  Las vocales /e/, /i/ reciben también el nombre de palatales por  articularse en la zona del paladar duro, frente a /o/, /u/, llamadas  velares por articularse en la zona del velo del paladar; estas últimas están  labializadas, aunque la /o/ en menor grado que la /u/, mientras que los fonemas /e/, /i/ son  alargados.
 
 Finalmente, según el modo de articulación (abertura de la boca en el  momento de articularlas) serán abiertas o altas, si la lengua se encuentra  bastante alejada de la bóveda palatal: /a/; medias, si la lengua se  encuentra separada de la cavidad palatal: /e/, /o/, y cerradas o bajas,  en el caso de que la lengua permanece muy próxima a ésta: /i/, /u/.
  
   III Ahora  bien, los estudiosos han determinado, a la luz de todas estas cualidades,  equivalencias y oposiciones, ciertas tendencias que poseen las vocales para  establecer analogías con las estructuras elementales de la diferenciación perceptual.  Las vocales poseen la función fonosimbólica de crear sentido, la cual implica  un doble mecanismo (Núñez 143): por un lado, las recurrencias fónicas (o  imágenes del significante como las llama Dámaso Alonso) crean sentido en un  nivel extragramatical, al desarrollar isotopías al nivel del significante y,  por el otro, hay un emparejamiento entre el significante y el significado, es  decir, se crea una relación motivada entre los dos términos del signo  lingüístico o una Sincronicidad como la llama Víctor Toledo (17-32). 
 Todo lo anterior nos sitúa ante lo que algunos críticos,  como Eduardo Milán, han llamado “poéticas del significante”, para referirse a  los procedimientos de autores de la vanguardia como Oliverio Girondo o Vicente  Huidobro. Lo que nos interesa rescatar de esta denominación es que no existe  una poética del significante como lo piensa el crítico uruguayo, sino varias  poéticas del significante, si se pueden llamar de esta manera.
 
 Por poéticas  del significante ―nos  refiere Eduardo Milán (34)― “entiendo  explícitamente una poética que se mueve en los textos que se despliegan por  contagio fónico de las palabras. Sus textos serían ejemplos de poemas  “atemáticos” o que encuentran sus  temas a medida en que el texto se configura como entramado lingüístico  privilegiado en una de sus características”. En este caso, se articula un  discurso de manera azarosa, por vecindad sonora (paronomasias), cuyo principio  y fin es el significante mismo. No hay intención de construir un significado,  sino de manera remota o indirecta. Sólo en el efectivo uso de la glosolalia  (Huidobro, por ejemplo) hay un logro estético. De no ser así, sólo hay  artificio, significantes vacíos.
 
 No obstante,  ésta es sólo una de las posibilidades ―tal  vez la más pobre―de  las poéticas del significante. Poetas como Virgilio u Horacio y posteriormente  Góngora elaboran un discurso en el que hay una gran conciencia del nivel  sensible, prosódico, del significante para evocar a la isotopía del significado.  Dámaso Alonso (321-332) analiza detalladamente el verso de Góngora “infame  turba de nocturnas aves”, para señalar que las cualidades acústicas y  articulatorias de las vocales de los acentos rítmicos connotan la misma  oscuridad a la que se refiere el significado del verso. A este procedimiento,  Dámaso Alonso lo llamó  “Representación  fonética o imágenes del significante”.
 
 Una posibilidad más no consiste en  evocar significados a partir de la  combinatoria en el plano del significante, lo cual no implica un paso de lo  sensible a lo intelectivo o conceptual, sino un paso de lo sensible hacia lo  sensible. Emparentado con la sinestesia, este procedimiento tiende a eliminar  las barreras entre los diferentes sentidos. Intenta, mediante la afinidad entre  las cualidades de las consonantes y vocales, evocar oscuridad, claridad,  densidad, ligereza, etc.  “Trabajo del  significante” hemos llamado a esta tentativa de dar homogeneidad a la  superficie del verso a través de isotopías al nivel del significante o plano de  la forma de la expresión.
 
 Toda esta digresión nos sirve para entrar a la parte final  de nuestro ensayo. Analizaremos un poema de Eduardo Lizalde (Ciudad de México,  1929)  que tomamos de uno del gran  libro  El tigre en la casa. El propósito de nuestro trabajo es analizar el  simbolismo sonoro que este poema crea a partir de algunas recurrencias fónicas  asentadas en el valor sinestésico de las vocales.
 
 Antes de entrar plenamente en el poema es necesario  describir brevemente el estado de las investigaciones en torno al valor  simbólico de las vocales. Para ello, volvemos al imprescindible texto de Roman  Osipovich Jakobson “El encanto de los sonidos del habla”, en sus dos primeros  apartados “Simbolismo sonoro” y “Sinestesia”. Sería demasiado, alargarnos en  todos los autores que comenta el lingüista ruso, por lo que sólo nos avocaremos  a resumir las líneas más importantes y que son útiles para este estudio.
 El error más común de los trabajos anteriores a este libro,  consistió en querer establecer el valor simbólico de las vocales de manera  aislada y entera, es decir, sin establecer relaciones binarias entre los rasgos  distintivos de los fonemas. Así, el estudio más adelantado lo realizó Gramont  quien añadió a la relación entre anterior~posterior con claridad~oscuridad, la  oposición entre vocales altas y bajas. Por lo tanto, el valor evocativo o  simbolismo sonoro de las vocales, debe buscarse en un nivel más abstracto, en  el nivel de sus constituyentes mínimos o rasgos distintivos y no en los fonemas  como unidades sonoras.
 
 Un par de ensayos se han planteado la semantización de la  vocal /i/. A continuación enumero  las cualidades que los autores advierten: Para Jespersen (Jakobson 177) este  fonema sirve para indicar lo que es pequeño, ligero, insignificante, o débil. Por  su parte Maxime Chasting (181) propone que evoca ligereza, rapidez y cercanía. A estas características,  habría que agregar claridad.  En lo que se refiere al color, es decir a la  audición coloreada, hay consenso  entre los estudios   (Argelander,  Reichar, Reformatskij y Masson). Estos autores coinciden en que la tonalidad de  la /i/ es lo blancuzco.
 
 El fonema que se contrapone a la /i/ es el /u/. Mientras que el /i/ es agudo  y  no bemolizado, palatal y alargado, el /u/  es grave, bemolizado, velar y redondeado o  labializado. Estas oposiciones ayudan a establecer los valores simbólicos de la  /u/. De modo que entre los  valores latentes de este fonema  podemos enumerar: grandeza, pesantez¸ fuerza, profundidad, oscuridad. Es una vocal que se  encuentra entre palabras que sirven para la maledicencia.  En lo que se refiere al color, lo negruzco sería su tonalidad.
  Escala vocálica
 Acabamos de describir los dos extremos de la escala vocálica  del español. Pasamos de lo más agudo a lo más grave, de lo no bemolizado a lo  bemolizado, de lo alargado a lo redondo, en suma, de lo claro a lo oscuro.  Tenemos los dos extremos del diapasón. Mucho ganaremos si ahora hablamos del  punto medio de dicha escala el cual tiene su lugar en el fonema /a/. Este  fonema  es compacto, no agudo y no  grave,  no bemolizado, abierto y no redondeado.  De acuerdo a estas características, ¿cuál será su simbolismo sonoro? Al  parecer, el camino consiste en ser el punto medio en todos los aspectos, aunque  cabe señalar que, de acuerdo a los estudios de fonética acústica de Antonio  Quilis, la /a/ del español, está más cerca de la serie posterior o velar. Esta  ligera inclinación determinaría su carácter más-oscuro dentro de la oposición más-oscuro~más-claro. En cuanto al  color, hay consenso en darle la tonalidad roja. Esto se explica, si observamos la figura 5, en cómo el rojo es un color de  transición de los colores cálidos a  los colores fríos, de la zona  palatal a la zona velar, o de la región anterior a la posterior.
  Llama la atención que en el estudio de Jakobson, se comente  muy poco al respecto del par de fonemas que nos faltan por analizar, los que  corresponden a las grafías ‘e’ y ‘o’. Ningún lingüista las ha estudiado con  detenimiento. Su carácter intermedio, de transición hacia los extremos de la  escala vocálica los ha relegado de las investigaciones. 
 El ensayo de Jakobson sólo consigna el color que  convencionalmente se les asigna: al fonema /e/ le corresponde una tonalidad amarilla,  mientras que al fonema /o/ sólo se le incluye en una tonalidad oscura. ¿Podemos  inferir que este sonido completa la triada de los colores  primarios? Afirmarlo no se aleja de una posible explicación. Sin duda una  gradación hacia el negro del fonema /u/, lo podría constituir el azul mismo.
 
 El establecimiento del simbolismo sonoro de estos fonemas lo  reservo a un trabajo posterior. La pista de esta investigación debe descansar  en establecer relaciones bianarias a partir de los siguientes binomios: más claro~más oscuro,  más grande~más pequeño, más delgado~más grueso, más duro~más suave, más  ligero~más pesado. Por ahora ya contamos con un sustento teórico para enfrentarnos al  poema de Eduardo Lizalde.
 
 IV Lo primero que  llama la atención al leer “Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses” es la  vehemencia, la maledicencia, el maldecir como detonante de lo poético. Es un  poema que nace de la combustión de los huesos como quería López Velarde. Sin  embargo es un poema extraordinario porque no se contenta con decir que hay algo  que punza y hiere, su calidad estética radica en el trabajo formal, en hacer  sentir mediante los recursos prosódicos, la rabia de la decepción amorosa. 
 Las recurrencias fónicas, nos advierte Rafael Núñez  Ramos (133-145) pueden ser de dos tipos de acuerdo a su aparición ocasional o a  su aparición sostenida a lo largo del poema. El primer grupo lo llama  “anafonías” y estaría integrado por la aliteración, epífora, paronomasia y un  largo etcétera como simple repetición en un verso, mientras que el segundo, está  conformado por repeticiones fónicas que se mantienen o se repiten de manera  sistemática a lo largo del texto que nomina paragrama e hipograma. Por ahora  nos conformaremos con resaltar que el paragrama es una especie de resumen  fónico y semántico que se mantiene a lo largo del texto; es un punto de tensión  entre la “reiteración de hacerse perceptible y la notoriedad excesiva que  ahogue la variación y caiga en el mero juego de palabras” (143).
 
 “Que tanto y tanto amor se pudra…”, precisamente,  mantiene a lo largo del poema un predominio de las vocales  ‘a’ y ‘o’ en los acentos rítmicos. Esta  recurrencia supone una síntesis fónica y semántica del poema. ¿Por qué? Porque  a través de la audición, la iteratividad de la ‘a’ se transmite el ardor, la  sangre hirviendo en las arterias. No olvidemos que el color del fonema /a/ es  el rojo. Por otro lado, el predominio del fonema /o/ demuestra su carácter  oscuro. Así, tenemos un texto localizado fundamentalmente en la zona posterior  del triángulo vocálico, de la gravedad, de la bemolización. La entonación grave  que exige el poema se corresponde con la voz de bajo-barítono de Eduardo  Lizalde. De un total de 104 acentos rítmicos, 61 están repartidos en este par  de fonemas (36 para el /a/ por 27 del /o/; véase apéndice 3):
 Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
 El primer verso (endecasílabo de ritmo yámbico) se  entona en la zona grave de la escala vocálica, teniendo su movimiento más  descendente en el acento de la sílaba octava (pudra). Este fonema, sólo se  repite en acento rítmico, 4 ocasiones más. La segunda,  estableciendo una rima interna con el verso  5to (endecasílabo sáfico):de estas verduras pobres de las eras
 Sobre la base anterior se establecen las variaciones  que le dan al poema su riqueza sonora y por tanto de color. Si fuera más  evidente la recurrencia de las vocales ‘a’ y ‘o’, se automatizaría el poema y  por tanto perdería su efecto estético. 
 Al respecto, me interesa subrayar algo más.  Tiene que ver con la construcción del ritmo.  Si observamos el apéndice 3, advertimos inmediatamente que la columna vertebral  rítmica es el acento en sexta sílaba, más otras repeticiones regulares en la  4ta y 10ma sílabas. No obstante, al analizar la rima interna que acabamos de  describir, nos saltó a la vista una regularidad más, vinculada de nueva cuenta  con las vocales. El campo léxico del poema privilegia la afinidad entre  palabras que construyen rimas internas asonantes. El ritmo lo define Henríquez  Ureña, de la manera más elemental,  como  repetición. Visto de esta manera, el ritmo no sólo descansa en la regular  distribución de los acentos, sino en paralelismos fónicos del tipo de la rima.  No es arbitrario defender esta postura, pues hay una cercanía necesaria entre  las palabras para afirmar tal cosa. Veamos el caso de la 3ra estrofa,  atendiendo el ritmo acentual y a las afinidades entre palabras:
 
                    
                      |   | Que una sola    munición de estaño luminoso |   3 7 9 13 |  
                      |   | una bala    pequeña, |   1    3 6  |  
                      | 20 | un perdigón    inocuo para un pato, |  4     6  10 |  
                      |   | derrumbe al    mismo tiempo todas las bandadas |      2  4     6  8  12 |  
                      |   | y desgarre    el cielo con sus plumas. | 3     6 10 |  
 
                    
                      |   | ‘Sola’ (v. 18) rima con ‘todas’ (v.  22); |  
                      |   | ‘munición’ (v. 18) rima con ‘perdigón’ (v. 20); |  
                      |  | ‘estaño’ (v.  18) rima con ‘pato’ (v. 20) y se une con ‘pequeña’ (v. 19) al aliterar la letra  ‘ñ’; |  
                      |  | por su parte, ‘luminoso’ (v. 18) guarda correspondencia con ‘inocuo’ (v.  20); |  
                      |  | bala (v. 19) encuntra su par en ‘bandadas’ (v. 21); |  
                      |  | ‘tiempo’ (v. 21) rima con ‘cielo (v.22). |  Si nos animamos a forzar un poco el fragmento, se diría que entre  derrumbe y desgarre se establece otro par, un paralelismo que se justifica por  las siguientes razones. Ambas palabras son trisílabas, comienzan y terminan con  los mismos sonidos y el fonema vibrante /R/ se destaca. Por último, entre  ‘derrumbe’ y ‘plumas’ hay una aliteración del par ‘um’.
 Finalmente, quiero dedicar una líneas a la maestría en el uso  de los recursos expresivos, de la armonía  vocálica al analizar una estrofa que refleja el claro-oscuro, el sutil manejo  que el poeta realiza de su material verbal como origen del sentido:
 
                    
                      |   | Que el oro mismo estalle sin motivo. | 2 4 6 8 10 | o-i-a-i-i |  
                      |  | Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa | 3 5 9 11 13 | o-a-i-a-o |  
                      |   | sedestroce | 3 | o |  
                      |  |  |  |  
                                                              ¿Por qué consideramos a esta estrofa como una de las más valiosas de  todo el poema? Si atendemos sólo al sentido qué podemos interpretar. Para  aventurar una lectura del primer verso debemos apelar al poema que abre todo el  libro. Siendo más precisos, al verso que dice “Hay un tigre en la casa/ que  devora por dentro al que lo mira”.  ¿Cuál  símbolo encarna el tigre, capaz de de consumir por dentro al que lo mira? ¿Cuál  es esa fuerza? ¿Metáfora del amor? Consideramos que aventurar esta hipótesis  nos ayuda a entender este verso. Hay una relación en ausencia con el verso  aludido, por un lado. Pero por el otro, es una variación del panteísmo egocéntrico  del que la literatura romántica tiene bastantes muestras. No es el panteísmo,  en que el sujeto lírico derrama sus emociones sobre los objetos. Es un  panteísmo que los destruye, un contagio negativo. El amor del sujeto lírico  destruye las cosas, no sólo a él mismo.
 
 Así, el siguiente par de versos confirma la potencia de un amor  inconmensurable que puede trocar lo horroroso en algo bellísimo y sublime,  además de símbolo de la poesía: la rosa. Sin embargo, el verso no es una  celebración de un amor extraordinario, sino su maldición.
 
 Ahora bien, cómo las isotopías al nivel del significante transmiten ese  mismo significado del que venimos hablando. La imagen del oro al estallar está  representada por la combinatoria de las vocales, pos su armonía: “Que el oro  mismo estalle sin motivo”. Considero que el deslumbramiento que produce una  explosión, como la misma palabra indica, tiene que ver con la claridad, con la  luz. Y Esto es ilustrado por la colocación de las ‘ies’ y, sobre todo, por el  valor que adquiere la sílaba ‘ta’ en mitad del verso, en la sílaba 6ta. El  simbolismo sonoro de este sonido ilustra, precisamente, la onomatopeya de una  explosión como un gran golpe.
 
 En lo que respecta  al par de  versos, hay una simetría perfecta en la disposición de las vocales. Están  colocadas como una fuga en espejo. Y la línea melódica que describen es un  claro oscuro: o-a-i-a-o. El inicio y fin es sombrío y la mitad, brillante. Así,  pues, el paso de lo horroroso (el sapo) a lo sublime (la rosa) está armonizado  con el juego descendente-ascendente de las vocales, cuya inversión de las  mismas en una palabra, supone la aparición de la otra, o sea, una reunión de  contrarios. No obstante, el sentido  es  maldecir a este amor enorme, lo cual es señalado con la ruptura de la armonía  en el siguiente verso, al inclinarse a la parte grave, oscura, bemolizada, de  la vocal /o/: destroce.
 
 Hemos establecido el simbolismo sonoro de las vocales en un poema de  Eduardo Lizalde para lo cual tuvimos que analizar detalladamente el plano de la  sustancia de la expresión del español, plano en cuyo nivel la poesía consigue,  desde siempre, muchos de sus descubrimientos. Así, la completitud de este  análisis sólo se conseguirá cuando, en un posterior ensayo, se estudien  detalladamente el valor de las consonantes, cuyo uso también es conciente y  sistemático por este poeta, como lo es el de las sonantes que prolongan el  sonido de las vocales, es decir, las sonantes vibrantes /r/ y /rr/. Las cuales,  el autor-modelo de El tigre en la casa,  emplea para transmitir, coraje, vehemencia, la blanda furia, la decepción  amorosa.
 
 La intentio operis de este  poema nos revela una composición que sigue, sobre todo, estructuras binarias,  simétricas, rasgos que evocan de algún modo a la constante formal clásica. La  reinvención del discurso amoroso que consigue Eduardo Lizalde es sin duda una  muestra de cómo el poeta en algún momento debe reiventar su lengua, para  devolvérnosla más diáfana, pulida con lo que   logra el paso de lo sígnico a lo simbólico. En este momento en que  proliferan los juegos verbales inocuos, me parece de vital importancia leer a  Eduardo Lizalde porque la fruición estética se sustenta en la maestría verbal e  imagninativa, en el agotamiento de los significantes y de los significados y en  el ingenio.
 
  El hecho de que sea la mujer quien herede una percepción sinestésica es una sugerente confirmación de que el don de la poesía es otorgado o retirado por el principio femenino
 como afirma Robert Graves en La diosa blanca.
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