¿Qué probabilidad tiene un adulto de morir? La misma que un joven tiene, en ambas situaciones, nos agarra de sorpresa.
Este escrito, más que una crónica acerca del riesgo que corremos todos al vivir, es una infrecuente analogía acerca de cómo llegamos a concienciar la muerte y su explicación a través de la literatura como elemento último y único para su entendimiento.
El tema de este reportaje no es ninguna casualidad, como más adelante entenderán que ni el título, ni sus citas, ni el formato del mismo lo son. Este tema está dedicado a quien esté leyendo o escuchando mis palabras, esta persona me entenderá. Nace de la inquietud de saber qué es lo que piensa una persona cuando el momento de morir se aproxima o se le recuerda.
Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando
Rabindranath Tagore
Un día no muy especial, fue el último de de clases de una profesora a quien le tengo mucho cariño y respeto. Uruguaya, de sonrisa grande y fumadora hasta el cansancio, nos despidió con el deseo de que todos tuviéramos mucho éxito en un futuro y con una noticia que nunca antes había recibido, y por poco impactante que lo quiso explicar, ninguno en el salón pudo contener sus lágrimas. Fue el día en que empecé a cuestionar sin descanso el entendimiento de aquellas personas que se les advierte acerca de su propia muerte (en un sentido figurado porque yo y todos tenemos la misma advertencia también). Cabe mencionar que la historia de Susana me empujó hacia esta investigación.
Empecé a buscar sin realmente saber qué quería encontrar y mucho menos qué preguntar o a quién acudir. Pero como en esta profesión, para quien sabe de escribir, uno no pelea las palabras, ellas van llegando poco a poco.
Mi primera entrevista fue una chica mexicana (omito cualquier detalle que pueda incomodar al lector). Todo el tiempo traté de ser lo más discreta posible, al punto en que ni siquiera mi entrevistada sabía qué información necesitaba. Era un escenario bastante peculiar. Heme aquí con miles de preguntas, con ganas de formularlas de manera directa y no encontrando la manera de plantearlas. Y por otro lado la incertidumbre de estar buscando algo que yo no tenía bien definido. Cualquiera de los temas que ella tocó parecía interesante. Por ejemplo ella me empezó a contar acerca de una dictadura en Sudamérica, y cómo ella y su familia se habían librado de ser asesinados.
Ella no fue mi único caso. Me encontraba en frente de estas personas a las que había citado para una entrevista sin saber cómo comenzar a tocar el tema. Por muy interesante que sea el tema de la muerte, sigue siendo escabroso en esta sociedad occidental y de antemano sabía que eran personas que habían o están teniendo un encuentro cercano con la muerte, por lo que debía de tener mucho tacto a la hora de plantear mis preguntas. Me pasó bastante, casi demasiado, pero sin todos estos tropiezos no podría haber escrito lo que ahora.
Mientras que hacía entrevistas también busqué por otros medios. En este reportaje encontrarán de todo un poco y mis primeras herramientas son un tanto excéntricas, así que mis primeros temas no tienen relación con alguien en particular, y por vernos filosóficos, tendrían que ver con todos en general.
La primera cuestión que busqué fue esa idea de la “probabilidad de la muerte”. Uno crece aprendiendo a creer muchas ideas, como el que los niños juegan, los adultos se casan, se recomienda no meterse a la alberca después de comer, entre otras. Y ahora suele acostumbrarse argumentarlas con estadísticas. Números que sustenten el hecho, por ejemplo: cuando se tiene 13 años, 89% de la población femenil tiene su menstruación por primera vez, cuando se cumplen 86 años, un hombre de NSE medio tendrá un ataque al corazón fulminante que hará que muera en 91% de los casos. Busqué cifras en relación con la muerte. Y he de decirles algo. En mis 23 años de vida, he tenido cuatro encuentros cercanos con la muerte, todos ellos accidentes, y también todos rompen cifras estadísticas.
Estos guarismos no hacen más que crecer en nuestra cabeza, hasta que llega el día en que pensamos que la vida tiene un ritmo, y éste decide lo que tenemos qué hacer a cada momento.
Las estadísticas pretenden generalizar al hombre, convertirlo en objeto y resumirlo a un mero constructo con una comprobable explicación matemática. Pero si algo no es la vida, es que ésta sea comprobable. Por eso fue que el tema de la probabilidad quedó atrás y continué investigando.
Como segundo recurso encontré a la medicina, donde sus dos corrientes, la alópata y la homeópata, no supieron explicar por qué unos medicamentos actúan de cierta manera en unas personas y distinto en otras. A pesar de que la medicina ya no trataba de comprobarme nada de forma matemática, ésta intentaba anestesiar el cuerpo y un poco la mente para así comprar su fórmula. En estos tiempos la mayor mentira que ha comprado el hombre occidental son las ideas de la perfección y la seguridad. Y la medicina tiene un colchón con su nombre grabado diciéndonos que ella tiene la solución a lo que sea que nos duela.
Comprendí que el rumbo que estaba tomando era erróneo. No se trataba de explicar la muerte o por qué muere la gente, sino qué pasa con esa gente que sabe que el momento se aproxima o les es recordado de forma contundente (por ejemplo alguien muy enfermo o en recuperación). Llegué a la conclusión de que estas personas son lo más cercano que tenemos para entender a la muerte. Ese día fue cuando hice mi última entrevista.
Acudí a la primera persona que quería entrevistar desde que empecé con este reportaje. No había hablado con ella por cobardía, tenía miedo de escuchar algo a lo que no estuviera preparada para escuchar. Fue una sesión bastante rápida, donde al igual que en todas mis entrevistas me contaba de mil y un historias, rozando el tema, pero sin llegar al punto. Pero en su última frase me dijo todo lo que necesitaba saber, me dijo: “mi madre está muy serena, dice que la literatura te muestra todas las etapas de la vida, y hay que vivirlas todas”.
Susana fue mi maestra de literatura por varios semestres y ahora es de géneros periodísticos. Una de las más grandes lecciones fue que para conocer otros países hay que leer a sus escritores, porque solamente leyendo es como se entiende el corazón de su pueblo. Al escuchar la frase que me decía su hija entendí que no solamente sirve para entender otras patrias, sino también para entender otros mundos.
Una ilustración, oda, alegato y homenaje a aquella belleza perfecta, pura y plena de la que habla Platón en el Fedro y El banquete, la literatura abarca en sentido trágico y en otros melódico, las tres preguntas eternas del hombre: ¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos?, ¿de dónde venimos? Ella ofrece un sinfín de experiencias y reflexiones. No limita, entiende. No prohíbe, ni disimula, cambia la visión de la vida y del hombre, de la cultura y el arte. De pronto las ideas pasan a un segundo plano, desplazadas por las sensaciones y los sentimientos, y el cuerpo aparece como una verdad avasalladora a la que el espíritu no debe someter sino servir.
De la extensa lista de libros me limité a dos, con el gran sesgo de que eran los dos libros que Susana está leyendo: Muerte en Venecia y Eclesiastés. Y valió la pena ya que ahí fue donde encontré mis respuestas. No cabe duda de que al destino le agradan las repeticiones, las variantes y las simetrías.
Con todo cariño,
Gigis |