Presentimiento
Mi deseo es comerte con la nariz
tocarte de oído y olerte
con la punta de la lengua,
escucharte con las pupilas
hambrientas
o mirarte con la insistencia de diez dedos codiciosos.
En la cercanía, mi cuerpo
te palpará de gusto, te lamerá sin tacto,
te olerá ciegamente;
en el atrevimiento miraré alguna de tus disonancias
y escucharé, en tu nuca, el perfume salvaje
que precede a los apetitos.
Brindemos:
en esta casa se sirven contrasentidos en copa de labios;
esta noche, sin falta,
voy a emborracharte de mí.
Caníbales, cactáceos
Algo que nos quede
cuando el invierno se levante,
cuando despertemos desnudos
y cubiertos de ceniza.
No hay nieve para este abril: aquí la sed es una casa
v a c í a
donde las hojas no caen, secas, porque no hay árboles;
en el desierto somos
todoespinas,
reservas líquidas de acariciarse.
Dejemos algo, que nos quede
al abrir los ojos,
cuando el sol nos d e s p u n t e las ramas
y no encontremos desierto, sino almohada,
y no haya ceniza, sino
nieve.
Guardemos algo para después; por esta noche
dejemos que la mañana
nos alcance.
Babor, a estribor
Tengo un placer inquietante, privado,
de rozar tu pie izquierdo
con la planta de mi pie
derecho, mientras un diestro deseo
mordisquea mi oreja siniestra.
Sopla el viento y la vela se extiende, tanto, que tus manos
diestras, ambas,
me interpretan un torrente que no tiene norte,
ni poniente, ni arriba,
ni izquierda, ni derecha.
Al final de la travesía viene el abrazo:
quiero ser un instrumento de cuerdas
para vibrarme de caricias bajo el arco
de tu pie.
El tiempo
El movimiento es, también,
cuestión de lentitud;
por ejemplo, cuando llevas tu mano a mi espalda
y me haces remolinos,
o cuando emerge tu nariz
entre las sábanas
y no has abierto todavía los ojos,
y me buscas, entre sueños, para contarme cosas
de un país que no conozco,
para meterte entre mi cuello y el café
de la mañana.
El movimiento es, también, cosa de despertarse
lentamente
en un nudo apretado
que nos vuelve a dormir.
Sólo cinco minutos [más].
Verano
Cuando llueve sucede
que nos crece el amor,
chapotean tus palabras, sobre mi pecho,
agotándose en susurros y silencios.
Cuando llueve, sucede
que me abrazas,
y nos vamos haciendo pequeñitos
—caricia abajo—,
lavando la urgencia con los besos.
Cuando llueve, sucede que nos brotan lenguas
y dedos
y los ojos se nos cierran en suspiros
de lluvia
a h o g a d o s de granizo.
Con el tiempo,
sucede que la lluvia termina
y los brazos quedan húmedos,
y las piernas cubiertas de lodo,
y la cabeza ebria, de arco iris,
y los torsos estrujados, exprimidos,
secándose al sol.
Gravitación e insomnio
Un cuerpo ligero
flotando apenas
sobre nuestra cama,
un complejo sistema de resortes y poleas
desplomándose en el colchón,
golpeándolo, hundiéndolo,
mordiéndole las esquinas;
un complejo sistema de músculos y soledades
cortando los hilos del sueño
entre nuestras sábanas:
no puedo dormir sin ti,
no puedes dormir conmigo.
En la madrugada los cuerpos
se humedecen,
las piernas se estrujan, las espaldas se aprietan,
los abrazos dicen que sí,
dicen que no,
y la certeza de los titubeos me entumece el lado izquierdo,
allí,
donde tú ya no te acuestas.
Vuelve a la cama pronto, que mis preguntas no alcanzan
para arroparle el cuerpo a dos
madrugadas,
vuelve, que la almohada se enfría.
Yo tampoco puedo dormir.
La boca del estómago
Tal vez, una galleta
con un poco de queso y esperanza;
tal vez un trago amargo
o el sabor dulce de la tristeza
llenándome la boca.
Puede ser un ahora,
o puede ser que no lo sea nunca;
¿qué nostalgia se puede comer
cuando el hambre no acude a la cita?
Playa (6:45)
Viajera, la luna se sueña
despierta,
blandiéndose al filo de las olas transcurridas.
Me rasco la cicatriz
—sobre la cáscara de azúcar—
allí, justo donde dice naufragio.
Al compás de subeybaja
las páginas rompen en blanco:
soy un terrón soleado disolviéndose
en la tinta del café.
Entre mis párpados, la respiración
hogar de alquiler para pelícanos y pescadores;
mi barcaza lleva un retazo de tiempo
por bandera
y una madeja de desesperanzas para pescar.
A la deriva, no cambia el rumbo,
en los dedos del vigía, revientan
—nostálgicas y
amanecidas—
las indefensas burbujas del mar.
Terrenal (paraíso)
Noche adentro, la carne está podrida
mis lunas son dientes careados,
mi almohada, un jirón de nube
p e r c u d i d o de tormenta.
Yo quería acostarme con la Libertad
[y soñar con ella
Me despierto en un abrazo de gusanos:
la libertad
es un cuerpo en avanzada
d e s
comp o sic
i ó n.
Conjuro
Una vez enterrado en mi jardín,
me nacerán flores, allí,
donde una vez sembraste las manos;
el olvido no será mi lápida
ni la tierra ardiente me convertirá en ceniza,
no seré la piedra de tu altar
ni la cera de tus velas
consumidas.
En mi lecho de muerte, diré
una última oración,
un rumor de manos pronunciando besos solitarios ;
haré un hechizo con la colilla de mi aliento,
una propuesta que, al tocarte,
caldee tus mejillas y te encienda el pecho.
Mi última plegaria será un cordón
para atarte, apretado, desde la cintura
hasta mi espalda:
mi última voluntad es que tu sequía no se agote,
nunca.
Apunte
Cuando ya no quede otra cosa
habrá mi piel, para seguir [escribiendo].
Al morir la noche seré
un tachón
con la memoria del espiral
a la altura del cuello.
Herencia
Somos, apenas, un ramillete:
la rosa madre,
la rosa padre,
los brotes peinando nuestros pétalos,
abrazando el vacío con nuestras hojas
secas.
Todos estamos maltrechos,
nos corre por las venas sangre marchita;
en las mejillas, las ilusiones
se nos tiñen de carmín
[y se rompen].
Ya no pulo mis dientes,
ya no humedezco los labios
ni enderezo mi tallo:
yo creí que era distinto, y al final,
también tengo espinas
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