Cuento Largo
Categoría A: Alumnos de preparatoria
Primer Lugar



  “Matar o morir”
Diana Quezada Ortega
Campus Ciudad de México
 

Sabes que has tocado fondo cuando una pistola en la cabeza te está obligando a asesinar a tu padre. No hay elección correcta, no hay salida, no hay rendición. Sabes que cualquier opción que elijas será tu fin. Aún no puedes decidir qué es mejor, morir de un corazón destrozado o morir por una bala en la frente cuando el soldado apuntando a tu cabeza con la pistola cargada te pregunta a gritos: “¿QUÉ HAS DECIDIDO, AHMED: MATAR O MORIR?”. El dilema: matar o morir, de cualquier forma estás muerto ya. Y sin pensarlo más halas el gatillo.

            Mi nombre es Ahmed y tengo alrededor de trece años, digo alrededor de trece porque es difícil saberlo considerando que a nadie aquí le preocupa mi edad, ni siquiera a mí mismo. Nací en Sulima, un distrito pobre en el sur de Sierra Leona; viví con mi madre Farih, mi padre Ottah y mi hermana Saada. Mi padre es pescador y trabajaba muy duro para que yo pudiera ir a la escuela; él quiere que sea abogado, solía decir que cuando lo fuera ayudaría a muchas personas y haría del mundo un lugar mejor; me resulta irónico ahora que vivo en un mundo donde ni toda la ayuda del mundo lo podría sacar del abismo.

            Solía ser bueno en la escuela; sé leer, escribir y contar, sé dónde está nuestro país en el mapa y puedo dividir y multiplicar con facilidad; también resuelvo fracciones y sé un poco de historia, pero nada de eso importa ya, porque a nadie de aquí le interesan mis habilidades académicas, lo único que es de interés es qué tan rápido puedo meter una bala en el cráneo de un traidor.

            Todo cambió una noche; el RUF (Frente de Unión Revolucionaria) llegó a Sulima. Mi padre salió temprano esa mañana y todavía no había regresado; sabía que era mi responsabilidad proteger a mi madre y hermana pero no sabía que hacer. Las tomé de la mano y salí corriendo con ellas en busca de un lugar seguro dónde escondernos mientras el RUF destrozaba nuestra casita de adobe a espaldas nuestras. Después de poco menos de una hora corriendo pensamos que los habíamos perdido y creyéndonos seguros nos sentamos a descansar escondidos entre árboles de tronco grande. Habiendo descansado un poco decidimos caminar más, alejarnos de ese lugar lo más posible para empezar a buscar a mi padre, quien debía seguir en el puerto. Pero a los pocos minutos de haber emprendido su búsqueda nos acorralaron los soldados del RUF y nos cerraron el paso.

            Morí más de una vez esa noche, de dolor, de vergüenza y de decepción. Violaron a mi madre y a mi hermana y le cortaron los brazos a mi madre antes de matarla; manga corta porque así hubo elegido ella. Se llevaron a Saada arrastrándola de los cabellos mientras se deshacía en lágrimas y yo no pude hacer nada. No podía soportar tanto sufrimiento ante mis ojos, no podía concebir la situación; llamé a gritos a mi padre, supliqué por piedad cuando le cortaron la garganta a mi madre y me arrodillé de dolor cuando se llevaron a mi hermana; mientras tanto todos los soldados sólo se reían y me decían: “Tranquilo, chiquillo, a ti no pensamos hacerte nada; sé hombre y no llores.”

            Me desmayé porque no pude soportar tanto dolor; debí de haber estado inconsciente varias horas porque cuando desperté estaba en lo que supuse debía de ser un campamento del RUF. Cerca de media docena de soldados me rodeaban y me veían con expresión divertida. Escuché algunos sollozos y me di cuenta de que no estaba solo, cerca de quince niños aproximadamente de mi edad sollozaban junto a mí con la misma expresión de terror y desconsuelo escrita en sus ojos. Sólo se oían sollozos de los niños y algunas risas de los soldados hasta que uno de ellos habló; supe que era el comandante por su vestimenta y por la imposición en su voz cuando hablaba, haciendo que todo soldado pusiera expresión firme y parara de reír.

            “Bienvenidos, soldados. Ahora ustedes son el futuro del RUF, es su deber defender a su país, es su deber imponer orden y justicia en Sierra Leona. Son hijos de su nación, su destino es luchar por todo lo que los cobardes y traidores no se atreven a pedir; todos ellos son una basura: pescadores, mineros, obreros, artesanos. Ustedes son la esperanza del país. Ahora respóndanme, ¿están dispuesto a luchar por su país?”

            Hubo un silencio sepulcral, nadie se atrevía a hablar, tal vez por miedo o tal vez porque nadie quería decir que sí, aunque sabía que decir no sería un boleto seguro a la tumba. El comandante gritó esta vez.

            “CUANDO PREGUNTO ALGO EXIJO UNA RESPUESTA. ¿ESTÁN O NO ESTÁN DISPUESTOS A LUCHAR POR SU PAÍS?”

            Hubo unos tímidos intentos de un temeroso, pero no hubo respuesta en general. El comandante gritó de nuevo.            

            “NO LOS ESCUCHO, SOLDADOS. GRITEN O LES CORTO LA GARGANTA PARA QUE TENGAN UN BUEN PRETEXTO PARA NO PODER GRITAR. ¿ESTÁN O NO ESTÁN DISPUESTOS A LUCHAR POR SU PAÍS?”

            “¡SÍ!”

            “¿SÍ QUÉ, SOLDADOS?

            “¡SÍ, COMANDANTE!”

            Esto le bastó al comandante para dejarnos tranquilos, aunque sólo fuera por un momento; ordenó romper filas e ir a instalarnos. La instalación no llevaba mucho tiempo, te daban un pedazo de suelo y una manta delgada para pasar la noche, después debías pasar con uno de los soldados por algo de comida. Debo admitir que hasta ese momento no me di cuenta de cuánta hambre tenía, y esa cantidad de comida en mi plato me hizo sentir un poco de consuelo en el corazón.

            Esa noche pensé en mi padre, me pregunté cuál hubo de ser su suerte y me aventuré a imaginar que estaría a salvo en algún lugar cerca del muelle; tal vez alguien le habría advertido de la llegada del RUF a nuestra casa y sabiendo que ya no podía hacer nada por nuestra familia se resguardó en su bote pesquero. Cualquiera que hubiese sido su destino sólo esperaba que fuera mejor que el mío.

 

Ahora soy una máquina de guerra y mi nombre ya no es Ahmed, me llaman Pequeño Asesino y mi pasatiempo ahora es matar. Cada vez que halo el gatillo pienso en  mi hermana y cómo la torturaron, entonces me lleno de rabia y lo halo de nuevo recordando la bala que quedó atravesada en el cráneo de mi madre; y al recordar a mi madre pienso entonces en mi padre, al que no he visto en tres años, y así vacío mi metralleta antes de que una sola lágrima tenga siquiera posibilidad de salir. Me he convertido en una bestia, me he convertido en un chiquillo sin identidad, y es que la triste realidad es que después de tanto tiempo de oír disparos, gritos y llantos, éstos te dejan de sorprender, hasta que comienzas poco a poco a acostumbrarte a esos sonidos, te empiezas a acostumbrar también al peso de una metralleta entre tus brazos o la fuerza de las balas que empujan al arma contra ti; poco a poco se hace cosa de todos los días hasta que te descubres sintiéndote raro si no has asaltado una aldea en cierto periodo de tiempo. Pasado un tiempo el corazón te deja de doler cada vez que miras atrás, hacia la aldea que acabas de masacrar. Ya tampoco lloras cada noche después de un día de mutilar sobrevivientes de una aldea; aprendes a no imaginar la cara de tu padre cuando le preguntas a un pescador: “¿Manga larga o manga corta?”. Llega un día en el que te resignas a aceptar tu destino y simplemente dejas de titubear al disparar.

            Pero aún hay una parte de mí en donde, aunque han pasado tres años desde aquella noche, todavía escucho los gritos de mi madre antes de morir, todavía puedo oler la sangre derramada en casa, todavía veo el reflejo de los ojos de mi hermana tan llenos de dolor cuando la arrastraban alejándola de mí. Aún hay una parte de mí que quisiera disparar mi metralleta hacia el RUF y no hacia los aldeanos indefensos, todavía hay una parte de mí que se rehúsa a pensar en el RUF como una familia, como nos quieren hacer creer. A pesar de llevar tres años siendo una bestia aún hay noches en las que lloro extrañando a mi padre, en silencio por supuesto; probablemente el comandante me cortaría la cabeza si supiera que no le pertenezco aun después de haber estado con él por tanto tiempo. Hay una parte de mí a la que aún le remuerde la conciencia cada vez que corto un brazo; es la misma parte que aún piensa escuchar la voz de mi madre y mi hermana confundiéndolas entre los gritos y sollozos de todas las mujeres cuando destruyo una aldea. Es esa pequeña parte de mí la que aún no pierde esperanza.

            En estos años he aprendido que no puedes tener principios, opiniones y mucho menos ideales en un país que está dispuesto a ponerle precio a cualquier cabeza que se atreva a pensar; he aprendido que tu vida te ha de costar tu dignidad, tu orgullo y tu integridad; he aprendido que las personas con pistolas no tienden a dialogar y que una palabra errada te pueda matar. Me han enseñado a disparar y a asesinar, me han obligado a torturar y a mutilar, me han intentado convencer fuera de mi fe y me han intentado hacer parte de la familia que pretenden ser, y yo sólo digo lo que quieren oír aunque no sea verdad. Es un enorme sacrificio, pero es necesario para permanecer con vida en este lugar.

            Cuando fui a saquear una aldea en el distrito de Shenge jamás imaginé que no tendría voz para contarlo al día siguiente. Parecía que sería otro día más; niños gritando y mujeres llorando, hombres desgarrándose de dolor y una pequeña recolección de posibles niños soldados. Llegamos a una aldea pequeña y comenzamos la masacre; ya me había acostumbrado a disparar hacia todos lados mi metralleta para matar a un mayor número de personas y tener un plato de comida más grande en la noche; y después de nuestra entrada regular, en la que simplemente llegábamos, rompíamos todo lo que se pudiera y matábamos a todo el que se pudiera, el resto de los soldados y yo nos dedicamos a juntar a todos los sobrevivientes para mutilar a los hombres, violar a las mujeres y niñas y torturar a los niños haciéndolos ver a sus padres sufrir para después incorporarlos al RUF.

            Vi la fila de hombres esperando su muerte; sus caras reflejaban la más profunda tristeza y desesperación pero hace ya mucho tiempo que no dejaba que me afectara su dolor. Sin embargo había algo especial en la mirada de un hombre que llamó mi atención; no sólo estaba temeroso y mortificado como el resto, tenía además un rastro de sorpresa y desconcierto en sus ojos. Además, me miraba con una expresión atemorizada y crítica, pero no por lo que probablemente podría hacerle, era algo más. Por alguna razón su rostro me resultaba familiar, como si le hubiese conocido en otra época, tal vez en una vida pasada. Estudié atentamente sus facciones intentado descifrar nuestra conexión pero no podía establecer el lazo que me conectaba a ese hombre.

            Vi la red de pescar en su mano y entonces comprendí. Grité desesperado: “¡¡ESPEREN!!”.

            Sabía que todos en la aldea me estaban mirando; nadie entendía el porqué de mi agitación pero no importaba, yo sólo me dirigía al comandante.

“Comandante, espere; este hombre es mi padre.”

            Cuando el comandante vio al hombre al cual señalaba mi dedo se rio de inmediato. Todos en la aldea lo imitaron. Yo me limité a mirarlo.

            “Hoy es tu día de suerte entonces, Ahmed; tendrás el honor y el privilegio de matar tú mismo a este traidor, este bastardo que se intenta oponer a tu familia, el RUF. Mátalo, Ahmed, y demuestra quién manda ahora.”

            Acto seguido me entregó un arma; era una metralleta M96, lo mejor que el dinero puede comprar estos días, pero yo no la tomé. El comandante gritó: “TOMA LA METRALLETA, SOLDADO: MATA A ESTE TRAIDOR POR TU PAÍS, AHMED.”

            No podía matar a mi padre. No quería morir por salvarlo. No había visto a ese hombre por más de tres años, no era nadie para mí. Pero al mirar en sus ojos vi que aún me amaba. Y aún después de estos terribles tres años yo también lo amaba. No había escape, era matar o morir. Miré a mi padre, quien simplemente me miró y asintió con la cabeza antes de cerrar los ojos. Sabía lo que significaba ese gesto. “Haz lo que tengas que hacer.” Y en ese momento supe que no podía matarlo a él.

            En un mundo perfecto dejaría el arma, correría a los brazos de mi padre y le lloraría en el hombro, diciéndole lo mucho que lo he extrañado; los soldados se conmoverían y nos dejarían ir, aplaudiendo a nuestras espaldas mientras corremos a un nuevo destino, un destino con esperanza, con luz, con fe. Pasaríamos los días felices a sabiendas de que aún nos tenemos el uno al otro. Quizás volvería a la escuela y me convertiría en abogado, y sacaría del RUF a esos niños con quienes compartí un pedazo de suelo en el infierno, tal vez yo haría la diferencia y haría de éste un mundo mejor.

            Pero los gritos del comandante me regresaron a la realidad, una realidad alejada del mundo perfecto de mi imaginación, una realidad donde de una u otra forma moriría.

“¿MORIRÁS ENTONCES TÚ POR ESTE TRAIDOR, AHMED? ¿PREFIERES DERRAMAR TU PROPIA SANGRE ANTES QUE LA DE ESTE BASTARDO?”

            Tomé el rifle dudosamente mientras el comandante apuntaba con otra pistola a mi cabeza, cosa que sólo hacía para asegurarse de que no me faltaran las fuerzas. Pero ya no tenía dudas, no titubearía al disparar. No mataría a mi padre esta noche.

            Sabes que has tocado fondo cuando una pistola en la cabeza te está obligando a asesinar a tu padre. No hay elección correcta, no hay salida, no hay rendición. Sabes que cualquier opción que elijas será tu fin. Aún no puedes decidir qué es mejor, morir de un corazón destrozado o morir por una bala en la frente cuando el soldado apuntando a tu cabeza con la pistola cargada te pregunta a gritos: “¿QUÉ HAS DECIDIDO, AHMED: MATAR O MORIR?”. El dilema: matar o morir, de cualquier forma estás muerto ya. Y sin pensarlo más halas el gatillo. Finalmente todo es paz..