El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos
Aunque le pese
el lector tendrá que darse siempre por satisfecho
Nicanor Parra
Soy un Narrador Omnisciente que no sabe nada. Y lo que sé no puedo decirlo. Ni modo, así es la literatura. Me limito a decir lo que estoy viendo dentro del vagón metrístico y lo que pasa por la mente de los personajes. O por lo menos, lo que los personajes quieren que Yo piense que Ellos piensan. O tal vez lo que Ellos quieren que Yo piense para que les diga a Ustedes y así Ustedes piensen lo mismo que Yo.
Él es el autor de este texto. Ella es su más reciente exnovia. Su nombre —el de Él— no lo puedo revelar porque si lo hiciera lo descalificarían los jurados de los concursos literarios. ¡Es una lástima que los cuentos siempre deban ser juzgados! Su nombre —el de Ella— tampoco lo puedo revelar porque permitiría indagar sobre la identidad del autor. Discúlpame, querido lector. No es que este cuento sea exclusivamente escrito para ser leído por un jurado. Pero si ellos no aprueban este cuento, ¡jamás podré llegar a ser leído por ti! Nunca conoceré la cara que pondrás al leer estas líneas. Por eso digo que soy un Narrador Omnisciente que no sabe nada. ¡Hasta dónde ha llegado la literatura!
Lo que sí puedo decir es que se encuentran adentro-de-un-vagón-metroso-que-se-encuentra-adentro-del-túnel-entre-las-estaciones-Etiopía-y-Eugenia-que-se-encuentran-adentro-de-la-línea-3-del-metro-que-se-encuentra-adentro-de-la-Ciudad-de-México. ¡Más específico no puedo! Bueno, en realidad sí puedo. Y lo haré sólo para probar que soy un Narrador Omnisciente. Están en el cuarto vagón (contando en el sentido de circulación del tren) sentados uno al lado del otro en el primer asiento doble a un lado de la primera puerta pegada al lado derecho. No es su lugar favorito —de Él— pero sí es su lugar favorito —de Ella— para sentarse. La idea es que se fue la luz y llevan ahí encerrados unos diez minutos.
Ella iba hacia su casa, que se encuentra cerca del metro Etiopía (sí, el de los mosaicos de leoncitos). Él iba rumbo a su casa, que se encuentra no-tan-lejos del metro Talismán (¡sí, les juro que esa estación existe! ¡Incluso hay restos de un mamut dentro de la estación!). Él tiene novia y Ella también. (Bueno, en realidad no puedo decir “también”, porque Ella no tiene novia. Ella tiene novio.) Ellos fueron novios hasta el invierno anterior a la fecha en que esta historia se está escribiendo. Creo que debería decir “este cuento”, pero no… es “esta historia”. ¿Se le puede llamar cuento a una historia que ocurrió pero fue adaptada a un lenguaje literario? ¿Si hay novela histórica también puede haber cuento histórico? ¿La policía capturará a los culpables del atentado narcoterrorista en Morelia? ¿Quién ganará la presidencia de los Estados Unidos? ¿Obama o McCain? No lo sé. Y nunca lo sabré. ¡Eso es terrible! Si algún día alguien lo descubre, Yo (“Narrador Omnisciente” o Narry pa’ los cuates) no llegaré a saberlo. Mi corta existencia se limitará a los límites de este texto. Por eso soy y no-soy omnisciente. Sé cuándo dejaré de existir, pero no sé nada de lo que pase después de poner el punto final.
Volviendo al tema… decía Yo que esta historia ocurrió, pero no ocurrió. Este cuento es un cuento, pero a la vez no es un cuento. Debe ser un cuento, porque las convocatorias de los concursos de cuento así lo mandan. Si yo mando una historia verídica a la categoría de cuento, tal vez creerían que es una crónica y lo descalificarían. ¡Qué horrible es la literatura hoy en día! ¡Lo que no es cuento es novela o crónica o nota periodística o poesía experimental! ¡Ya no hay lugar para el asombro y la ambigüedad! Los jurados y los académicos lo sabrán mejor que yo: la crítica literaria se basa en poner etiquetas… ¡Y a mí me chocan las etiquetas! Por eso decidí dedicarme a ser Narrador Omnisciente y no Doctor en Lengua y Literatura. Aunque a fin de cuentas, intuyo que es igual de inútil. Nadie sabe lo que pasa dentro de un cuento. El lector nunca lo ha hecho. Los personajes menos. La crítica no tiene esperanzas. ¡¿Pero que un Narrador Omnisciente sea ignorante?! Es el colmo de todos los absurdos. Mi tatarabuelo colombiano, el Narrador Omnisciente de Cien años de soledad, tendría un paro cardiaco si viera este disparate. Él sabía desde la primera línea lo que pasaría muchos años después por la mente del Coronel Aureliano Buendía (q.e.p.d.) ¡En mi primera línea ni siquiera pude decir cómo se llamaban mis personajes!
Sé que Ellos se quisieron mucho. Tal vez incluso llegaron a amarse. Pero nunca lo dijeron. Por eso no puedo saberlo a ciencia cierta. Si les digo “Ellos se amaron mucho” estaría especulando. Y según aprendí en la H. Escuela de Narradores Omniscientes (HENO), un Narrador Omnisciente debe conocer exactamente lo que piensan y sienten sus personajes. Un buen Narrador Omnisciente debe conocer cada detalle de su narración. Todo. Absolutamente todo. En lo personal, yo creo que Ellos sí se amaron. No se lo ocultaré a mis lectores. Pero Ellos sí se lo ocultaron entre ellos. Por eso no puedo confirmarlo empíricamente.
A decir verdad, mentí cuando dije que Ellos fueron novios hasta el invierno pasado. En realidad Ellos sólo fueron novios oficialmente durante una semana. Antes de eso llevaban meses de relación incierta. Eran amigos pero no sólo amigos. Después de esa semana se separaron pero no se separaron. Se amaban, pero no se amaban. Hacían el amor, pero nunca lo hacían. El siglo XXI nos trajo a los Narradores Omniscientes muchos problemas existenciales. Las relaciones humanas posmodernas no pueden entenderse en su totalidad. ¿Un free es una relación sin relación? ¿El sexo virtual cuenta o no cuenta? ¿Se puede amar odiando u odiar amando? Últimamente todo es tan relativo que Yo estoy a punto de renunciar a mi trabajo. Sólo continúo porque sé que alguien me está leyendo. Si Yo me dedicara a ser Lector, me molestaría mucho que un Narrador Omnisciente —además de no saberlo todo— me dejara botado a la mitad de un cuento. De hecho también me molestaría que ese Narrador perdiera valiosas páginas con sus reflexiones íntimas que no llevan a ningún lado. Por eso debo volver a la historia.
A estas alturas del partido, han transcurrido veinte minutos y el metro aún no se mueve. Mientras está en movimiento, los usuarios métricos se vuelven sordomudos. Sólo lanzan sonidos ininteligibles cuando un vendedor ambulante les ofrece sus productos. Nadie habla verbalmente. La comunicación no-verbal lo es todo. Por eso debo decir que cuando Él la vio a Ella abordar el vagón en la estación Coyoacán, Él sólo pudo abrir los ojos, pero no la boca. Creo que se sorprendió, aunque no dijo nada. Creo que Ella también, aunque tampoco dijo nada. Cuando Él le ofreció su lugar, Ella se negó. Cuando la mujer al-lado-de-Él se paró, Ella tuvo que sentarse justo al-lado-de-Él.
La última vez que se vieron iban sentados exactamente de la misma forma en el mismo vagón en la misma línea y más o menos a la misma hora. La última vez que se vieron todavía eran novios. Cuando dejaron de serlo no se vieron. Las tecnologías de la comunicación tienen su lado macabro. Actualmente terminar una relación es tan sencillo como hacer un clic o presionar un botón rojo. El amor ya no sólo está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Ahora también se atiene a la lógica del Copy y del Paste. Tal vez ellos lo sabían. Por eso esta vez sólo se saludaron, se dijeron hola y se mantuvieron callados. Mientras el tren está en movimiento los usuarios metronímicos son islas desiertas. Cuando hay luz se vuelven más desiertas, por aquello del tono amarilloso de las estaciones metrantes. Por eso cuando el metro se detuvo y se apagó en medio del túnel, todo tuvo que cambiar entre ellos.
Y digo “tuvo” porque así debía de ser, pero así no fue. Así no está siendo.
Él no sabe qué decirle. Ella tampoco.
Él no se atreve a iniciar la conversación. Ella tampoco.
Él piensa en lo feliz que es con su nueva novia. Ella también.
(Bueno, ya dije que no puedo decir “también”. Ella no tiene novia, tiene novio).
Él piensa en ponerse a escribir un cuento sobre esta situación. Ella no.
Al menos eso es lo que pasa por sus mentes en este momento. Eso es lo que me dirían si bajara de mi Torre-de-marfil-de-los-Narradores-Omniscientes para entrevistarlos. Pero ya dejé claro que tal vez no es lo que realmente sienten. Ella había prometido que si algún día lo veía iba a darle una cachetada. Él había llegado a temer que si la veía iba a tener que darle un beso. Viendo sus caras, creo que aún se quieren. Pero no hablan. Y mi experiencia como Narrador Omnisciente me dice que ya no hablarán. Los dos siguen pensando en lo incómoda que es la situación. Los dos siguen pensando que ojalá nadie pueda leer sus pensamientos.
Dentro de veinte segundos la energía volverá y el metro avanzará metristemente (¡Ja! ¡Les dije que soy un Narrador Omnisciente profesional!). Aún así sigo sin saber nada. Comencé la historia creyendo que a estas alturas sabría lo que Ellos sienten realmente el uno por el otro. Ni siquiera sé lo que sintieron. O tal vez no puedo decirlo por temor a que este texto sea leído por uno de sus novios —la de Él o el de Ella— y quieran tomar represalias contra mí. Es más, ahora que lo menciono, ni siquiera sé si esto realmente ocurrió.
He dicho que Él es el autor de este texto.
Yo he omitido que además de Omnisciente soy Autodiegético.
Él soy Yo…
Y Yo no sé nada…
Y lo que sé no puedo decirlo…
Ni modo, así es la literatura.
Yo me limito a decir lo que estoy viendo dentro del vagón metriste.
Y lo que pasa por la mente de este Narrador Deficiente.
(Muy deficiente…)
México, D. F., a 21 de septiembre de 2008
In memóriam de Narry, el Narrador Omnisciente
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