Mi nombre es Alejandro.
Soy introvertido, y por ende callado; me falta una capa de la piel en las manos, así nací, no es nada malo, sólo mis manos se sienten arrugadas, como si fueran viejas. Soy blanco y mi pelo también porque tiene una enfermedad; mi rostro es afilado, no me lavo los dientes porque casi no hablo, así que a nadie le importa mi aliento.
Mamá me dice que deje de alzar la ceja porque me voy a arrugar. Cada dos semanas la llevo al pedicurista; me gusta el olor que emanan las cabinas donde cortan las uñas. Mamá siempre me pide que recoja todas sus uñas, porque es de mala educación dejarlas ahí aunque todos las dejen. Tengo una bolsa especial donde guardo las uñas de mamá, la cual se me ha olvidado o he querido olvidar vaciarla desde hace un año.
A menudo suspiro, me gusta ver la televisión; pero últimamente algo extraño sucede: mis ojos se paralizan y se cristalizan en un punto fijo, y el tiempo se va y se va. Debajo de mi cama hay una muñeca, sin el brazo derecho y sin la pierna izquierda, su pelo es blanco con gris, como el mío, no tiene ropa ni ojos; ahí estaba un día que me asomé a ver qué había debajo de la cama.
Cuando nadie me ve, la abrazo y siento su piel suave, le hablo y le pregunto que cómo se sienten mis manos en su piel; nunca me responde, yo creo que también es como yo, introvertida y callada, o quizás como no tiene a nadie con quien hablar tampoco se lava la boca. En la noche, cuando mamá se duerme, saco de mi cajón la bolsa de sus uñas y con pegamento se las pongo a mi muñeca, unas en su única mano y otras en su único pie; a veces las uñas están sucias y con mugre, entonces las limpio con mi boca, para que ella sienta que son nuevas. No me dice nada, y siento que si tuviera ojos se cristalizarían como los míos; ojalá ella pudiera sentir cómo el tiempo se va y se va.
Hoy me desperté y, en especial en este momento, no importa mucho el mundo ni lo que hagan los demás, sino todo lo que hoy hice con mi muñeca: soñé que ella me podía ver. Desperté de madrugada y la saqué, la puse debajo de mi almohada y la acariciaba mientras amanecía; le pinté las uñas que le pegué con crayolas y le quise hacer un regalo.
Hoy después de llevar a mamá al pedicurista, como mamá llegó cansada, se quedó dormida en el sillón, así es que la desperté y le enseñé mi muñeca; se la presenté, me miró sorprendida, la tiró del sillón, me dio un manotazo, y me gritó. Me molesté; la levanté; corrí a la cocina, no muy rápido porque mis zapatos ortopédicos me lastiman si corro; supuse que mi muñeca estaba enojada, así que debía regalarle algo para que estuviera feliz; pensé y pensé, así que al llegar a la cocina tomé una cuchara y la guardé en mi overol; tomé el molcajete donde mi mamá hace las salsas.
Mi muñeca estaba sentada en la estufa; con cuidado y en silencio cargué el molcajete, caminé poco a poco sin que nada se oyera; llegué hasta el sillón y me paré detrás de mi mamá, levanté el molcajete alto, muy alto, y hasta me paré de puntitas para que estuviera más alto, y lo dejé caer en su cabeza...
Se oyó fuerte y seco, y de inmediato mi mamá se volvió a dormir; saqué de mi overol la cuchara que había tomado de la cocina; moví a mi mamá, la puse boca arriba y le abrí poco a poco su párpado derecho. No se despertaba, estaba bien dormida, así es que empecé a enterrar la cuchara hasta poder sacarle el ojo; lo hice con mucho cuidado para que después se los pudiera volver a poner; sólo se los iba a tomar mientras durmiera; saqué uno y tenía una cuerdita que no dejaba sacarlo entero; entonces corrí emocionado otra vez a la cocina, y tomé las tijeras; logré sacar el primer ojo.
Estaba tan impávido que me daban ganas de gritar y reírme, pero mamá siempre me dice que aunque esté muy alterado me debo concentrar en lo que esté haciendo. Así que me concentré; sólo sonreía de la emoción; abrí su otro párpado y poco a poco saqué el otro ojo; salió la misma cuerdita que no dejaba al ojo salir, y la corté; ya tenía los dos ojos. Caminé a la cocina, tomé a mi muñeca y el mismo pegamento que ocupé para las uñas, y le puse los ojos de mi mamá, la cargué y me la llevé al sillón donde todavía está dormida mamá.
En mi pierna tengo sentada a mi muñeca, y ahora nos podemos mirar; a mi lado mi mamá duerme, y a las dos acaricio.
Mientras mi muñeca registra el cristalizar de sus nuevos ojos, siente cómo se le va y se le va el tiempo; yo sonrío mientras me pregunto entre las caricias que les regalo qué se sentirá tener la piel tan suave como ellas.
Mi nombre es Alejandro y me gusta ver cómo se le va el tiempo a mi muñeca. Mi mamá duerme desde hace un día, porque creo que regresó muy cansada del pedicurista.
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